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miércoles, septiembre 10, 2025
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Cultura y Pop: Una noche en la Ópera

Las compañías de ópera europeas suelen tener vacaciones en verano, así que hace unas semanas, de visita en Budapest, me sorprendió encontrar, a) que había una función, b) que aunque los mejores boletos costaban 350 euros, también había boletos disponibles por 6 euros, unos 120 pesos. Hasta arriba, y había que inclinarse para ver todo el escenario, pero eran lugares bastante buenos.

Pero como siempre me sucede cuando veo una ópera, caigo en cuenta que en algún momento el mundo cambió, y la ópera perdió el tren. Nacida como un espectáculo para nobles, ricos y cortesanos, no supo reinventarse.

La obra que vi fue “La Boda de Fígaro,” un super clásico del género. La música fue compuesta por Mozart, el libreto es del italiano Lorenzo de Ponte, y fue estrenada en 1786, cuando no había luz eléctrica, las distancias eran gigantescas, y la revolución industrial apenas comenzaba.

La mayoría de los asistentes eran turistas, gran parte gente joven que iba vestida para “una noche en la ópera.” Durante el intermedio posaron para sus cuentas de Instagram, pasearon por el edificio, salieron a su terraza, y después se marcharon a disfrutar de la ciudad.

No los culpo. Habían transcurrido apenas dos de las cuatro horas que la obra duró (!), y “La Boda de Fígaro” ha envejecido pésimo. Para un espectador moderno, la trama es penosamente anticuada, simple pero rebuscada, confusa además de lenta. Hay muy poca acción. Cantada en italiano, no se entiende que está sucediendo, a menos que uno lea los subtítulos —un gran avance que las óperas ofrecen hoy en día— pero los diálogos avergüenzan de tan ingenuos. Shakespearianos no son.

Ir a la ópera hoy en día es como mirar una supernova. El brillo que suponía acudir a una función continúa, pero la estrella (el género) implosionó hace mucho tiempo y ya no existe—es irrelevante para los tiempos modernos.

La ópera no consiguió reinventarse porque se aferró a seguir montando los mismos libretos una y otra vez. La principal atracción de esta temporada de la Ópera de París, por ejemplo, es “La Bohème”, una obra de Puccini estrenada en 1896. Su gran “actualización” es que, en esta versión, la misma historia de siempre ocurre en… una nave espacial. Okay.

(En cambio, el nieto bastardo de la ópera, el musical, no solo goza de buena salud, sino que sigue siendo relevante para los tiempos. “Hamilton”, musical del que hablé aquí hace unos meses, es el caso más evidente.)

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Desde hace años hay una gran discusión en torno a si la literatura está condenada a convertirse en otra “ópera.” Es decir: en un arte para unos pocos, pero sin interés ya para un mundo basado en pantallas, streaming, e inteligencia artificial.

A pesar de los agoreros, es improbable que esto suceda. La próxima semana explicaré por qué.

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