Uno de los fenómenos inexplicables de la conducta humana es el hecho de que alguien decida quitarse la vida. Y lo es porque el impulso natural que tenemos los seres humanos es justamente el opuesto, pues estamos dotados de eso que se denomina “instinto de supervivencia”.
Todo nuestro “equipamiento natural” está orientado justamente a preservar nuestra propia existencia. Estamos diseñados para perseverar, para persistir, es decir, para sobrevivir incluso en la adversidad.
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El funcionamiento de nuestro cerebro, de acuerdo con los especialistas en el tema, está orientado de forma automática en dicha dirección: la amígdala, una pequeña estructura ubicada en nuestro cerebro, es clave para identificar riesgos; el hipocampo y el sistema nervioso simpático se activan ante tal circunstancia y la corteza prefrontal evalúa la amenaza de forma consciente, buscando estrategias para afrontar la situación.
En otras palabras, para que un ser humano ponga fin a su propia vida debe primero vencer a su propia naturaleza que, de forma automática, se resiste a tal posibilidad. Estas circunstancias son las que vuelven al suicidio un fenómeno enigmático y nos impulsan a buscar una respuesta que logre, desde luego, evitar que ocurra.
Y buscamos respuestas porque estamos convencidos de que nadie debe llegar a la conclusión de que su vida ha perdido todo propósito, sobre todo cuando se trata de personas que se encuentran en la posibilidad material de superar los desafíos que enfrentan.
El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo al hecho de que Coahuila ocupa el octavo lugar, entre las entidades del país, con la mayor tasa de incidencia de suicidios. Particularmente alarmante es el hecho de que Saltillo mantiene una tendencia creciente en este tipo de casos.
“Una persona que se suicida es porque estuvo viendo alternativas y no alcanzó a encontrarlas, no porque no existieran, sino porque no las tuvo a su alcance”, ha dicho en relación con el fenómeno el especialista en psicología clínica y de la salud, Ricardo Hernández-Brussolo.
¿Qué podemos –y debemos– hacer para que quienes integran nuestras comunidades no lleguen a la conclusión de que no existen alternativas de solución a las situaciones que enfrenta?
La respuesta, como demuestra la experiencia acumulada, no es sencilla. Sin embargo, habrá que perseverar en la búsqueda de la misma, pues lo que no resulta admisible es que bajemos los brazos y consideremos que se trata de un problema de imposible solución.
Perseverar, por cierto, implica que se destinen al estudio de esta circunstancia los recursos necesarios para acopiar y procesar más información, así como para que en el análisis de la misma participen todos los especialistas que hagan falta para avanzar con rapidez.
La meta es simple y clara: evitar que la estadística siga creciendo.