NUEVA YORK- El presidente Trump insiste en que puede resolver los conflictos mundiales. Pero cuando tanto aliados como adversarios parecen ignorarlo, se encoge de hombros en una actitud de “qué se le va a hacer”.
“¿Qué hace Rusia violando el espacio aéreo de Polonia con drones?”, preguntó el presidente Donald Trump el miércoles en su cuenta de redes sociales, horas después de que las intrusiones rusas provocaran los primeros abatimientos de objetivos enemigos sobre territorio de la OTAN desde que se creó la alianza hace 76 años.
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No protestó por el vuelo de los drones, que penetraron profundamente dentro de la frontera polaca, una provocación mucho más amplia y aparentemente deliberada que cualquiera de las anteriores durante los 43 meses que ha durado la guerra en Ucrania. Trump añadió, enigmáticamente: “¡Allá vamos!”.
La publicación se produjo apenas unas horas después de que Israel tomara por sorpresa a Trump, lanzando bombas en Catar —sede del cuartel general regional del Mando Central de Estados Unidos— sin siquiera una notificación de cortesía a Washington.
Fue el más reciente ejemplo de la fase de espectador de la presidencia de Trump. La mayor parte del tiempo, Trump insiste en que solo él puede lograr la paz, en Ucrania, en Medio Oriente, gracias a su personalidad y su estatura en la escena mundial. Pero en semanas como esta, en las que tanto aliados como adversarios parecen ignorarlo o poner a prueba la disposición estadounidense de dar forma a los acontecimientos, o ambas cosas, se encoge de hombros en una actitud de “qué se le va a hacer”, en línea o en el Despacho Oval, como si fuera un observador con intereses menores en el resultado.
Es una yuxtaposición extraña: busca abiertamente el Premio Nobel de la Paz por sus intervenciones en seis —a veces dice siete, a veces incluso más— conflictos en todo el mundo. Otras veces dice que no hay mucho que pueda hacer.
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Su respuesta a la medida adoptada el martes por la mañana por el primer ministro Benjamín Netanyahu de bombardear un lugar de reunión de Hamás en Catar fue bastante desconcertante. Trump aplaudió la idea de matar a los dirigentes de Hamás, aunque estaban reunidos para considerar una propuesta de alto al fuego dirigida por Estados Unidos y mediada por Catar, una de las razones por las que se consideraba que el país estaba fuera de los límites de los ataques contra el grupo.
“Me sentí muy descontento, muy descontento en todos los aspectos”, declaró a los periodistas. Trump no se enteró del ataque sino hasta que Estados Unidos captó en los radares a los aviones israelíes que se dirigían a lanzar sobre su objetivo lo que probablemente eran municiones suministradas por Estados Unidos. Pero no describió el precio que Israel tendría que pagar. (Netanyahu, en discursos públicos, se ha deleitado de mantener a Estados Unidos al margen, sugiriendo que era mejor para todos si él actuaba primero, evitando filtraciones y tensos debates con Washington).
Al parecer, Trump mantuvo una acalorada conversación con Netanyahu el martes, según informó Axios, en la que le dijo que bombardear a un importante aliado estadounidense en Medio Oriente, incluso si era para perseguir a Hamás, era destructivo para los objetivos de Israel, y los de Estados Unidos. Luego tuvo otra llamada más amistosa, como si la tormenta hubiera pasado. Lo más probable es que eso haya sido lo que Netanyahu esperaba que pasara.
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Los israelíes argumentaron que perseguirían a los líderes de Hamás dondequiera que estuvieran y se mostraron sin remordimientos por lanzar un ataque dentro del territorio de Catar. Públicamente, los funcionarios no dijeron nada sobre la leve reprimenda del presidente.
Pero fue la reacción de Trump a la profunda incursión en el espacio aéreo de Polonia el martes por la noche, una de las más impactantes en territorio de la OTAN en tiempos modernos, la que resultó, en muchos sentidos, más desconcertante.
Durante los tres primeros años de la guerra en Ucrania, el mantra de Washington fue que “defendería cada centímetro” del territorio de la OTAN. Los rusos tuvieron cuidado de no poner eso a prueba, y la única vez que un misil perdido cayó dentro de Polonia, matando a dos granjeros en noviembre de 2022, despertaron al presidente Joe Biden por si Estados Unidos tenía que responder. Resultó ser una falsa alarma; un misil ucraniano, destinado a objetivos rusos, se había extraviado.
Sin embargo, cuando decenas de drones rusos se adentraron en Polonia el martes por la noche, no hubo ni una palabra de la Casa Blanca hasta que Trump hizo su publicación. Quizá la buena suerte de que no hubiera heridos facilitó que Trump se encogiera de hombros. Aun así, dejó que fueran los dirigentes polacos y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, quienes lanzaran una advertencia a los rusos.
Dirigiéndose al presidente de Rusia, Vladimir Putin, Rutte dijo: “Detengan la guerra en Ucrania. Detengan la escalada bélica”, señalando que el conflicto se estaba cobrando la vida de civiles y golpeando infraestructuras civiles. “Dejen de violar el espacio aéreo aliado. Y sepan que estamos preparados, vigilantes y que defenderemos cada centímetro del territorio de la OTAN”.
Es difícil demostrar que la incursión haya sido deliberada, pero dada la profundidad a la que se adentraron los drones en Polonia, ciertamente lo pareció, una prueba para las defensas —y la fuerza de voluntad— de la OTAN y de Polonia. En un video publicado el miércoles, Radoslaw Sikorski, vice primer ministro polaco, dijo que los drones “no se desviaron de su ruta, sino que fueron dirigidos deliberadamente”. Dijo que Putin se estaba “burlando” de los esfuerzos de paz de Trump.
Para los historiadores que documentaron la Guerra Fría, este tipo de acciones de Rusia resultaban familiares, solo actualizadas para la era de los drones. “Los soviéticos solían ralentizar el tráfico en la autopista hacia Berlín” cuando estaba aislada del resto de Europa Occidental, señaló el miércoles Michael Beschloss, historiador presidencial y autor de libros sobre ese período. “Provocaban incidentes en el punto de control Charlie y medían la reacción. Los diplomáticos estadounidenses llegaron a llamar a esto ‘táctica del salami’”.
Putin podría tener motivos para poner a prueba los límites. Nada de lo que Trump había predicho que ocurriría tras su cumbre de Alaska del mes pasado, incluidas las negociaciones directas entre Putin y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se ha materializado. Y no ha habido ninguna sanción, aunque Trump está intentando que las naciones europeas impongan sanciones a China, entre otros países, por comprar petróleo ruso. Él no ha prometido hacer lo mismo, aunque sí las ha impuesto a India por sus compras.
Pero, como señaló un diplomático europeo que pidió no ser citado por su nombre, a Putin no le importan gran cosa las declaraciones de la OTAN o de sus Estados miembros europeos. Si algo atrae la atención de Putin, serán los actos de Estados Unidos, la superpotencia nuclear en el centro de la alianza. Y las señales que dio Estados Unidos en los días previos a la incursión indicaron, si acaso, que los europeos eran cada vez más responsables de su propia defensa.
Apenas la semana pasada el gobierno de Trump anunció que pondría fin a un programa de entrenamiento para Estados europeos en la línea del frente, principalmente en el Báltico, que era el recordatorio más visible de que Estados Unidos participaba en la defensa de los aliados vulnerables de la OTAN. La medida se planteó como una decisión para ahorrar dinero.
Pero es probable que los rusos la interpretaran como otra señal de que los estadounidenses estaban dejando la defensa de Europa en manos de los europeos, y de que había llegado el momento de poner a prueba esas defensas. c. 2025 The New York Times Company.
Por David E. Sanger, The New York Times.