Era de pelo retinto,
rosalbo como un lucero,
muy fachoso mitotero
y lindo de corazón.
El cantador
Nicandro Castillo Gómez.
Hernán Cortés trajo al caballo de Cuba, donde se multiplicaban los que bajó Colón en su segundo viaje, hacia 1494. En 1519 Cortés desembarcó 10 caballos y cinco yeguas en Veracruz, además de su propia montura llamado Molinero. Con este hato entró a “Estapalapa” maravillando a los aztecas “…porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros”, refiere Bernal Díaz. Al año siguiente, la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en la llamada “noche triste”, los aztecas tundieron a los europeos, se apoderaron de los caballos, y desde entonces forman parte del alma mexicana.
No hay prócer ni pro hombre mexicano sin el distintivo de un buen caballo, desde el Bayo de Morelos, hasta el Destinado de Madero, o Kamcia, la yegua celestina de Pedro Infante.
En este ir y venir de yeguas y caballos sobrevino la licencia de Graciela Olmos, pseudónimo de Marina Aedo (1895-1962), cantante, traficante de alcohol, proxeneta y compositora del corrido al caballo Siete leguas que en realidad era yegua. Por razones estrictamente de rima cambió el género al penco, pero quien haya visto el monumental conjunto escultórico en el Cerro de La Bufa, Zacatecas, advertirá la natural ausencia de virilidades en el vientre de la yegua.
Sin ánimos de meter cizaña, quizá el caballo sea el animal al que más se le ha cantado en México. (Sorry perro & gallo). El caballo, como extensión del quehacer cotidiano del hombre, lo acompaña en el trabajo, el esparcimiento y en la diversión. Y ahora hasta en la llamada equino terapia. Caballo y jinete conforman una dupla indisoluble a la que por fuerza había que cantarle. Por ser un género nacido en la oralidad popular sus orígenes se pierden en la polvareda del tiempo. Quizá las primeras composiciones, los corridos, daten de la Independencia, aunque no hayan sobrevivido nombres de monturas famosas. Más allá de nombres propios el corrido narra una historia, una epopeya, declara un amor o un dolor profundo ante la pérdida del compañero, mas siempre desde la norteñidad, con algunas variantes zacatecanas y jaliscienses. En proporción con los corridos, prácticamente no existen sones, huapangos, trovas, jarabes o chilenas dedicadas a los caballos. Cualquiera diría que el caballo exige del espacio abierto, de un horizonte lejano, para reconocerse como sujeto musical. Otro tanto ocurre con los intérpretes, cuyo centro de gravedad se encuentra en el Norte, y eso que ha habido tantos como pelos tiene la crin: Vicente Fernández, Ramón Ayala, Lorenzo de Monteclaro, Chalino Sánchez, Cornelio Reyna, Los Huracanes del norte, La banda Limón… Todos norteños. Y de entre todos destaca el zacatecano Antonio Aguilar (1919-2007). Con potente voz de barítono, alegría contagiosa, pícaro hasta en el sueño, Antonio Aguilar grabó más de 160 álbumes, con ventas superiores a los 25 millones de copias; también fue un promotor incansable de la charrería como deporte más allá del espectáculo. Charro de nacimiento y por vocación tuvo una señalada predilección por los corridos de caballos, y por interpretar en el cine a héroes encabalgados —Heraclio Bernal, Pánfilo Natera, Benjamín Argumedo, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Gabino Barrera. En Antonio Aguilar 15 éxitos: corridos de caballos famosos Musart-Balboa, 1972, habla de caballos como se habla de un caballero: Caíste junto a la yegua tú que por ella habías perdido (“Caballo alazán lucero”); de un socio: Hoy vas a brincar las trancas / antes que salga el lucero / y vas a llevar en ancas / a la mujer que yo quiero (“El patas blancas”); de un hermano: Era lindo mi caballo / era mi amigo más fiel (“El cantador”); caballo mártir: Ni voz de mando esperaste / Te avalanzaste contra el pelotón / Con tres balazos de máuser / Corriste azabache / salvando mi vida (“Caballo negro azabache”). Si quieres que otro te monte / pídele a Dios que me muera (“Caballo prieto afamado”)…
Tocados con la jerga campirana —pesos tronchados, falsa rienda, potrillo comadrillo, pesuñas ametaladas— los corridos de caballos en la voz de Aguilar son el último tesoro bravío del mexicano que fuimos, antes de las trocas y la adolescencia extendida; antes de esa perversión llamada Corridos tumbados.