En 1824, México apenas había cumplido tres años como nación independiente y enfrentaba desafíos monumentales. Tras la caída del efímero Imperio de Agustín de Iturbide, los dirigentes mexicanos miraron hacia Estados Unidos buscando un modelo de gobierno que se adaptara para México.
La Constitución Federal de 1824 nació de esa admiración y tal vez en parte por haber sido Estados Unidos el primer país en reconocer la autonomía de México. En 1824 se estableció la Primera República Federal con un sistema que dividía poderes y otorgaba autonomía a los estados.
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Entre los problemas prácticos más complicados destacaba uno fundamental: ni Coahuila ni Texas tenían suficiente población para formar estados independientes según los criterios del nuevo sistema federal.
Texas contaba con menos de siete mil habitantes mexicanos y unos 15 mil indígenas autónomos, cifras insuficientes para aspirar a la categoría de estado. Coahuila, aunque más poblada, carecía del peso político y económico necesario para mantenerse como estado independiente sin ser absorbida por el gobierno central.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La historia de Texas había comenzado como una extensión natural de Coahuila desde 1690, y para 1722 ya desarrollaba su propia identidad como provincia de la Nueva España. Sus primeros pobladores habían llegado desde diversos rincones de Coahuila, compartían las mismas rutas comerciales y habían combatido juntos contra ciertas tribus beligerantes.
Antes de la Independencia, ambos territorios formaban parte de las Provincias Internas de Oriente, junto con Nuevo León y Tamaulipas, todas bajo la jurisdicción administrativa de San Luis Potosí. Las Reformas Borbónicas del siglo XVIII habían reconocido que el norte de la Nueva España necesitaba un trato especial por sus peculiares características.
En medio de este rompecabezas geográfico y demográfico la figura de Miguel Ramos Arizpe se hizo presente, el cura coahuilense se convertiría en el arquitecto del federalismo mexicano. Su experiencia en las Cortes de Cádiz le había dado una perspectiva única sobre representación política, a su regresó a México tenía ideas claras sobre las necesidades del país.
Durante las sesiones del Segundo Congreso Nacional Constituyente entre 1823 y 1824, Ramos Arizpe propuso algo ambicioso y práctico: crear un gran Estado de Oriente que abarcara Coahuila, Texas, Nuevo Reino de León y Nuevo Santander. Después de intensos debates, el Congreso optó por una solución más modesta pero igualmente significativa. Hacer un solo estado, el de Coahuila y Texas.
NEGOCIACIÓN DECISIVA
Por parte de Texas, Erasmo Seguín actuaba como delegado al Congreso Constituyente federal. Inicialmente defendía que Texas fuera un territorio federal independiente, asumía que Coahuila ejerciera dominio en la toma de decisiones debido a su superioridad demográfica.
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Ramos Arizpe desarrolló una estrategia convincente: argumentó que Coahuila sola sería devorada por el gobierno central, convertida en un territorio federal más, mientras que unida a Texas podría formar algo poderoso. Tras largas negociaciones, Seguín finalmente acordó que la unión sería la mejor oportunidad para un gobierno estable y autónomo.
El Congreso hizo una concesión crucial: Texas podría solicitar ser estado separado si cumplía los requisitos mínimos en el futuro, una cláusula que resultaría en desgracia profética.
NACIMIENTO DEL ESTADO
El 7 de mayo de 1824 se decretó oficialmente la unión de Coahuila y Texas como un solo estado federado. El territorio resultante era de unos 850 mil kilómetros cuadrados que superaban en extensión a Francia, Alemania e Italia juntos, desde el sur de Saltillo, hasta las extensas praderas de Texas.
La nueva entidad enfrentaba desafíos únicos que pronto revelarían la fragilidad del experimento federal. En el norte habitaban apenas unos cuantos rancheros, mineros, comerciantes y grupos indígenas. Pero la presencia más preocupante era la población creciente de colonos anglosajones que llegaban con ideas muy distintas sobre gobierno, religión y sociedad.
Lo que había comenzado como una política de colonización controlada para poblar y defender el territorio de Texas, se convirtió rápidamente en una amenaza para la soberanía mexicana. Los colonos estadounidenses trajeron sus propias leyes, un idioma distinto, costumbres protestantes.
CAMBIO ALARMANTE
Cuando se dio la unión de los dos territorios, los colonos anglosajones representaban apenas una fracción de la población texana. Para 1830, ya constituían la mayoría. Para 1836, la transformación era completa: de los más de 20 mil habitantes de Texas, la mayoría abrumadora eran migrantes estadounidenses, con menos del 15 por ciento siendo tejanos de ascendencia mexicana.
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Este cambio no fue accidental. Las políticas de colonización habían atraído a familias enteras desde Tennessee, Kentucky, Alabama y otros estados sureños, muchos trayendo consigo esclavos africanos a pesar de que, las leyes mexicanas prohibían la esclavitud.
Los colonos anglosajones no solo superaban numéricamente a la población mexicana, sino que mantenían fuertes vínculos económicos y culturales con Estados Unidos. Sus periódicos se imprimían en inglés, sus cultos religiosos eran en inglés, las escuelas enseñaban en inglés y con énfasis en la historia estadounidense.
La unión de Coahuila y Texas, diseñada para fortalecer ambos territorios, paradójicamente había creado las condiciones para la pérdida del vasto territorio texano.
LA CONSTITUCIÓN DE 1827 ADELANTADA EN SU ÉPOCA
La constitución estatal que emergería de esta unión se convertiría en un documento progresista para su época, estableciendo principios de autonomía local y representación que influirían en el desarrollo político de ambos territorios.
Sin saberlo, sus creadores estaban gestando un documento histórico que reflejaría tanto las aspiraciones federalistas del México independiente como los desafíos inherentes de gobernar territorios vastos y culturalmente diversos.
La Constitución de Coahuila y Texas protegía los derechos fundamentales de “todo hombre que habite en el territorio del Estado, aunque sea de tránsito”. En 1827, mientras Estados Unidos limitaba derechos a sus ciudadanos y Europa todavía discutía quién merecía ser considerado persona, los diputados constituyentes de Coahuila y Texas decretaron que cualquiera que pusiera un pie territorio de Coahuila y Texas tenía derechos.
Los extranjeros no solo tenían derechos, podían votar y ser votados. El artículo 17 los consideraba coahuiltexanos “sean de la nación que fueren”. La única excepción era si su país de origen estaba en guerra con México.
Quizá uno de los artículos más sorprendentes era el 26 que declaraba: “El objeto del gobierno del estado es la felicidad de los individuos que lo componen”. En pleno siglo XIX, cuando muchos de los gobiernos se consideraban dueños de sus súbditos, los constituyentes coahuiltexanos dijeron que las cosas debían ser distintas.
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Para hacer realidad esta filosofía, diseñaron un sistema de gobierno que equilibraba poderes de maneras ejemplares. Los diputados no tenían que vivir donde los elegían, podían ser electos en varios distritos y elegir dónde servir, tenían inmunidad total por lo que dijeran en el congreso. Las sesiones tenían límites de tiempo: enero-abril y septiembre.
Una Diputación Permanente vigilaba que se cumpliera la constitución, la estrategia era inteligente: en lugar de anular leyes inconstitucionales, destituían al funcionario que las había hecho. Sin duda la medida era más efectiva y mandaba un mensaje claro.
El gobernador tenía un Consejo que lo asesoraba en todo: reglamentos, nombramientos, cuentas públicas. Participaba realmente en las decisiones. Los jueces trabajaban con principios modernos: 48 horas máximo para decidir si alguien va preso, prohibición total de tortura, posibilidad de resolver conflictos con árbitros, y cualquier ciudadano podía denunciar a un juez corrupto.
Todo esto funcionaba bajo una regla de oro: la constitución era suprema y obligaba a todos. No solo a los gobernados, también a los gobernantes. Quien la violara tenía “responsabilidad personal”.
CONTRADICCIÓN DE LA ESCLAVITUD
Había una contradicción enorme en el corazón de este experimento: la esclavitud. La Ley de Colonización de marzo de 1825 había sido extremadamente generosa con los inmigrantes, ofreciéndoles tierras en términos muy favorables si demostraban buen carácter, fe cristiana y juraban obediencia a la ley mexicana. Pero contenía una semilla de fricción y discordia: la obligación de acatar las leyes sobre la introducción de esclavos.
Tras la muerte del representante por Texas, el tal Barón de Bastrop en el Congreso de Coahuila y Texas, los intereses esclavistas de Texas quedaron desprotegidos y truncados por un tiempo. Stephen F. Austin quien había sido protegido de Bastrop, reavivó y mantuvo un constante cabildeo en ambos territorios hasta lograr la separación de Texas.
El Artículo 13 de la Constitución fue contundente: “El Estado de Coahuila y Texas prohíbe absolutamente y para siempre la esclavitud en todo el territorio, y los esclavos que existen actualmente en él, quedarán libres desde el día en que se publique la constitución en esta Capital, Saltillo”. Declaración revolucionaria, pero también el germen del problema ya que los colonos anglosajones texanos consideraron que atentaba contra sus derechos.
TENSIONES CRECIENTES
En 1825 había ocurrido el conflicto de Nacogdoches, donde los hermanos Edwards, empresarios colonos, hostilizaron a la población mexicana y desconocieron títulos de propiedad. Cuando el jefe del Departamento de Texas anuló la elección de Chichester Chaplin, yerno de Hayden Edwards, los Edwards proclamaron la “República de Fredonia”. Si bien Stephen F. Austin ayudó a sofocarla, pero este episodio fue el problema fundamental que daría origen a la guerra de Texas contra México.
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La Ley del 6 de abril de 1830, que prohibía nueva inmigración estadounidense a Texas y federalizó los asuntos de colonización, desató la furia de Austin y de los colonos estadounidenses. Cuando en 1832 se autorizó la expulsión de extranjeros ilegales y se restablecieron las aduanas, el descontento se volvió en contra las autoridades mexicanas.
La rivalidad entre Saltillo y Monclova por ser la capital se volvió casi muy curiosa: hubo momentos en que el gobernador despachaba en Monclova mientras el congreso sesionaba en Saltillo. En la primavera de 1833, los legisladores del norte de Coahuila lograron mover la capital a Saltillo. Desde aquí la figura del diputado Bastrop instrumentó reformas favorables a Texas hasta poco antes de su muerte, ni el congreso estatal ni el nacional estaban dispuestos a conceder a Texas la condición de estado separado.
COLAPSO DEL EXPERIMENTO
Antonio López de Santa Anna y su obsesión centralista chocaron de frente con el federalismo coahuiltexano. Los texanos se dividieron internamente: algunos querían separarse de Coahuila para proteger la esclavitud y las tierras, otros estaban cansados del caos político y del gobierno que consideraban arbitrario de Santa Anna, pedían una ruptura total con México.
Austin, el colonizador que había trabajado para concretar los acuerdos de colonización, terminó arrestado en 1833 por sugerir e incitar al alcalde de San Antonio para que Texas se separarse de Coahuila. Existe documentación que evidencia el conocimiento de la conspiración de Austin para convencer a las autoridades mexicanas en San Antonio de desconocer al gobierno de México y lograr así la independencia de Texas. Tengo en mi poder una copia de la conspiración por pare de Austin que habla de dicho tema.
Hasta aquí la primera de dos partes, continuará la próxima semana.
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