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miércoles, septiembre 10, 2025
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Hablemos de Dios 241: el origen y el devenir

Gracias. Gracias de corazón, palabra y pensamiento por leerme y atender estas notas, estas ideas, esta saga de textos donde tratamos de apresar a ese inasible Dios. Tratamos de hablar de Dios. Gracias a usted el cual me hace favor de leerme, esta columna ya tiene su público y lectores bien definidos por uno de varios motivos: es trascendente, es cosa seria, es cosa interminable, otorga valor, nos pone a “girar la piedra” (la sesera, pues) y siempre, siempre será más importante esta serie de ideas y pensamientos (cuestión vital) a la ingrata e insana política como la que se practica lo mismo a nivel nacional, como aquí en el vecindario.

Fui pretencioso, en fin. Disculpas. Gracias de nuevo. Decíamos en textos pasados que todo, todo lo podemos entender o bien, lo debemos explorar de la mano y obra de grandes autores universales si le aplicamos la clave o arista de Dios y la divinidad. ¿Quién o qué ser humano no se ha preguntado alguna vez y en su momento, al menos una vez y en un segundo, por el origen y el devenir de Dios? Sin duda, todos. Incluyendo dos castas raras que no se entienden ni a sí mismos: los ateos y los agnósticos. Pronto le abonaremos letras a esta discusión.

Usted el cual colecciona todos estos textos (ando retrasado, pero ya pronto lo dejaré listo en un libro), me ha recordado varias sagas donde hemos abordado a Dios y la divinidad y lo sagrado, a través de las letras de autores nacionales e internacionales. Hemos analizado someramente a una generación de escritores españoles. En tertulias anteriores nos detuvimos (no lo suficiente) en la famosa promoción o “Generación del 27”, del siglo pasado. Todos ibéricos, todos ases, todos poetas y algunos de ellos, grandes filólogos.

Aunque en varias antologías y varios estudiosos y críticos agregan a algunos otros escritores, básicamente dicho grupo, dicha generación son diez los cuales repasamos aquí: Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, el inmenso Federico García Lorca, Jorge Guillén, Emilio Prados y Pedro Salinas.

Varios de ellos y luego de la Guerra Civil Española, se exiliaron en México y aquí murieron. Si mis notas no me fallan, fue el caso de Salinas (vivió a matacaballo entre Norteamérica y Puerto Rico, insisto, no tengo la referencia precisa, pero también aquí en México. prometo consultarlo), Altolaguirre, Prados y Luis Cernuda.

Algunos de ellos jugaron la divisa de su sexualidad cuando todo, todo ello era muy penado en esos tiempos no viejos, sino recientes. Generación de escritores los cuales hicieron de la palabra no su vocación, sino su misma vida y arma ante la vida. Recuerde usted que en 1936 inició la Guerra Civil Española. Para 1939 esta había acabado con su larga cauda de cadáveres regados, sí, pero justo ese año iniciaba en Europa la Segunda Guerra Mundial.

Ante este escenario de muerte y peste sin fin ¿qué hacer, buscar e increpar a Dios? ¿Buscar y pedirle a Dios ayuda y piedad? ¿Qué hacer, caramba? ¿Usted qué haría señor lector?

ESQUINA-BAJAN

Como rápido ejemplo de cómo analizamos o cómo entendimos y exploramos a Dios vía los poemas y letras de esta Generación, nos detuvimos en Emilio Prados (1899-1962) nació en Málaga, se educó en Alemania, se exilió en México en 1939 y aquí murió. Dueño de una vasta obra de varios registros, en su poema “Canción”, nos habla de esa fractura siempre ininteligible entre Dios y hombre. ¿El hombre no entiende a Dios; Dios no entiende al hombre? Leamos: “No es lo que está roto Dios,/ ni el campo que El ha creado:/ lo que está roto es el hombre/ que no ve a Dios en su campo.”

José Emilio Pacheco (murió en 2014, a los 74 años). No pocas veces he escrito sobre él. Tengo dos libros firmados de su puño y letra: un halago y una deferencia inmerecida. En su momento, cultivó todos los géneros literarios y periodísticos posibles, incluyéndolos casi todos. No tengo toda su obra poética (catorce libros publicados), pero sí lo más representativo de ella y dos antologías de su poesía. Una de ellas es la cual retomé en estos días para releer y de nuevo (pero ahora en clave divina) al gran José Emilio. Su antología de textos es: “Los días que no se nombran” para editorial ERA.

Y la poesía de Pacheco, como toda la poesía en general, no debe de leerse de “corridito”, sino a saltos, a cuentagotas; no como un aguacero demencial. El libro, su antología la tenía en mi librero en el apartado de poesía y jamás la había tocado. No así sus libros individuales, repito, los cuales tengo casi todos. La he echado en mi maletín de viaje y en estos momentos me deleito con ella (también la padezco) y he ido anotando sus huellas sobre Dios, lo divino, lo sagrado, Jesucristo… en fin. Pacheco lo cuenta todo.

En uno de sus poemas de su libro “El Reposo del fuego”, deletrea:

“Conozco la locura y no
La santidad:
La perfección terrible de estar muerto”.

Muchas ideas en apenas tres versos. Es lo cual le he contado reiteradamente en este espacio: si a Jesucristo lo tildaron de “loco” el catolicísimo está fundado sobre una locura. Así de sencillo. Dice Pacheco conocer la locura y no la santidad. Le creemos. Apenas vamos iniciando explorar al poeta en clave divina.

LETRAS MINÚSCULAS

“Porque el aire es sagrado como la muerte…”. JEP.

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