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martes, septiembre 9, 2025
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Física de la tristeza

“Ya ven que en el comienzo siempre hay un crimen”.

Escrito en primera persona, y con el mito del Minotauro cretense como telón de fondo, este compilado de narraciones personales y sentenciosas crean un mosaico a partir de la memoria paterna de tres generaciones consecutivas de una familia. Cada relato es una máquina del tiempo que escabulle de una rígida linealidad y, por el contrario, salta de un punto a otro con la flexibilidad que conceden las historias sustanciosas e intergeneracionales sobre los temas que no escapan a nadie: la vida y la muerte, amor y sexo, los padres, los hijos la verdad y la mentira.

Dentro de estas páginas, la Historia de la humanidad que se escribe con mayúscula es solo una lejana y difusa referencia, pues lo que en realidad entreteje la trama son los recuerdos compartidos por los tres personajes, todos ellos heredados y -sobre todo- padecidos por los involucrados y sus coetáneos, quienes subsisten como predestinados por analogías del mundo clásico.

De otra manera y sin la discreta sorna que permea este relato inteligente, no sería una crítica dura y mordaz a la narrativa imperante puertas adentro de la “cortina de hierro”, donde esta entelequia se contrapone con la necia realidad de a pie que mantiene a la Europa del Este en cautiverio.

Así, Gueorgui Gospodínov pone sobre la mesa una interrogante seminal ¿cuál lazo es capaz de conectar a esta terna familiar con la antiquísima criatura de los mitos helénicos? Más de los que uno sospecharía de primera mano, aunque algunas veces a contrapelo, pero ahí aparece el rechazo por natura, la ausencia materna y la orfandad temprana. Todas ellas floreciendo desde un denominador común, denegación a la diversidad y a las diferencias en cualesquiera de sus formas.

Fue Jean Paul Sartre quien dijo que un hecho sólo se convierte en hazaña cuando es narrado, pues el vértigo del tiempo real dificulta la construcción de las relatorías místicas que permean la construcción mental de acontecimientos. A partir de este rasero, las gestas contadas comparten -por lo menos- un par de pilares en común: melancolía casi patológica y (especialmente) la fábula del minotauro de la antigua Grecia.

Sí, el mismo que fuese acribillado por Teseo en complicidad con su hermana, Ariadna, para terminar con el derramamiento de sangre que demandaba la criatura de marras. Afortunadamente, la legendaria figura del “monstruo”, hijo de los devaneos entre Pasífae y el Toro de Creta, es recuperada en fragmentos de la vida diaria y minucias situaciones tragicómicas de la cotidianidad, mostrando que no hay historia que se salve de tener más de un enfoque y que incluso los villanos míticos guardan una cara oculta, amén de lejana, a los estereotipos.

Así, la reconstrucción de los hechos en apología del cuasi humano (¿o casi toro?), revictimizado muchas veces en incontables diatribas, constituyen la vía por la cual transita la salerosa narración del confesor.

Mientras tanto, en esta Bulgaria del siglo XX estalla la violencia de las grandes guerras de principio y medio siglo, empero, avanza el progreso industrial y tecnológico que clausurará la sangrienta centuria. Un abigarrado y sinuoso laberinto para el cual no hay Teseo ni Ariadna, compinche que haga el paro.

La física no miente ni en mitad de la tristeza, las tragedias caen por su propia zozobra.

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