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Crisis de credibilidad… Aquí y allá. (Epstein Files y Huachi-buques)

Ni el sabotaje reiterado del libre comercio a nivel mundial (con el consecuente costo para la economía de sus conciudadanos), ni sus muestras de simpatía hacia los peores dictadores del mundo, ni su política interior abiertamente racista o las anticientíficas medidas adoptadas en materia de salud pública (que se habrán de pagar con miles de vidas) pueden precipitar la caída de Donald Trump como su presunto involucramiento en el escándalo Epstein, que simplemente no desaparece por más que utiliza toda su influencia y medios a su alcance para dar vuelta a la página.

Su manejo de esta crisis es por demás errático: un día niega la importancia del asunto, al otro lo considera resuelto y al tercero lo declara completamente inexistente.

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Luego acusa que todo es un invento de la izquierda y del Partido Demócrata, no obstante llegó a su segundo periodo montado en la promesa de liberar los Archivos Epstein, sin importar quién estuviera involucrado.

Apenas en febrero, la fiscal general, Pam Bondi, aseguró que la famosa “Lista Epstein” estaba en su escritorio, lista para ser revelada al pueblo estadounidense.

Pero la amistad entre el hoy presidente y el “desvivido” magnate de la pederastia fue al parecer tan estrecha que apenas y le rascan por encimita al caso y se deja ver el inconfundible color naranja Cheeto. De ahí que luego la misma Bondi dijera: “¿Lista? ¿Cuál lista? ¿Yo ni siquiera tengo un escritorio?”.

Por no mencionar que el vicefiscal general de EU (y exabogado de Trump) se entrevistó con la principal socia de Epstein, Ghislaine Maxwell (digamos, para ponerlo en pesos: la Gloria Trevi de Jeffrey “Andrade” Epstein), reunión después de la cual la culpable de abuso, corrupción y tráfico de menores pasó de una cárcel de alta seguridad a una granja de rehabilitación con todas las comodidades. ¡Cero sospechoso tratándose de la principal testigo que podría vincular a Trump con Epstein!

Además de todas las desafortunadas declaraciones que por agotamiento o senilidad escupe Trump cada vez que quiere obviar o minimizar el caso (como la vez que negó conocer aquel funesto paraíso de pederastia –la Isla Epstein– diciendo: “No, nunca tuve el PRIVILEGIO de ir a su isla”), todavía hay que agregar la famosa carta de cumpleaños que el presidente le habría enviado a su entonces mejor amigo: un perturbador documento que habla de secretos y enigmas entre magnates depravados, enmarcado en la silueta de una mujer cuyo pubis sería la pachoncita (dije: “pa-chon-ci-ta”) e inconfundible rúbrica de Trump.

El presidente asegura: “¡Si yo ni dibujar sé!”. Y eso no está a discusión, pues la anatomía del boceto deja mucho que desear, pero es que diversos medios y peritos dan por auténtica la famosa carta.

En un intento por sortear la discusión parlamentaria de este peliagudo asunto, el presidente de la Cámara de Representantes, un tal Mike Johnson (¡también exabogado defensor de Trump!) adelantó un día las vacaciones del Congreso norteamericano, evitando la votación sobre liberar o no los Archivos Epstein (los Republicanos tienen amplia mayoría para vetar la iniciativa, pero hasta para los Trump-Lovers sería bochornoso tener que votar en contra de transparentar la investigación). Contrario a lo que supusieron, el tema los supo esperar todo el mes que se ausentaron y parece que simplemente no va a desaparecer.

Este guion se escribe solo. Apenas hace unos días, el mismo Johnson tuvo la desafortunada ocurrencia de improvisar mientras daba una entrevista de pasillo. Como buscando justificar la increíble cantidad de testimonios y evidencias que dan fe de la cercanía de Trump con Epstein, se fue de lengua asegurando que “Trump era un informante secreto del FBI que buscaba desarticular la red de pederastia de Epstein desde adentro”. (¡Ay, ajá!). La versión del “Trump-Agente encubierto” fue tan risible que el propio Johnson casi tuvo que salir a desmentirla de inmediato:

“¡¿Sí me la prolongué bien duro, verdad!?”, pudo haber dicho Johnson a los reporteros: “¡Bueno, que nadie me culpe por intentarlo!”.

La crisis de credibilidad que enfrenta la administración y en concreto la persona de Donald J. Trump no nos es ajena en absoluto de este lado de la frontera.

De hecho, muchos de los peores populistas, que hasta hace poco gozaban de la total incondicionalidad de una nación entera, hoy enfrentan las consecuencias de haber tergiversado la verdad con la impunidad que sólo los demagogos aseguran les confiere una amplia mayoría electoral.

Jair Bolsonaro, por ejemplo, está con un pie en presidio; mientras que Javier Milei acaba de sufrir un revés en las urnas, ganado a pulso luego de haber agotado en menos de dos años el límite de imbecilidades permitidas para todo el mandato.

Por aquí y por allá, alguna porción del mundo parece estar recobrando la cordura luego de una experiencia con choco-hongos. Lo malo es que por cada populista que cae, cinco más se están calentando en el microondas.

Trump, de cualquier manera, no puede limpiarse de ese pegajoso asunto y tal vez… No, ¡con toda seguridad! lo habrá de perseguir más allá de su desgraciada permanencia en este planeta. Si no es que antes esto representa el colapso de su reinado de terror y de locura.

Y es que hasta muchos de los más fieles seguidores de Trump, muchos de los más recalcitrantes militantes del “Make America Great Again”, muchos de los más enardecidos defensores de la conspiración de QAnon (que no son cualquier cosa, sino el voto más radicalizado, irracional y endurecido de la extrema derecha) se sienten defraudados de que su líder no les haya cumplido con una de las promesas capitales que lo llevaron al poder por segunda vez: La liberación de los “Epstein Files”, para poderse cebar a gusto con la caída en desgracia de todos esos “izquierdosos comunistoides demócratas enemigos de ‘America’” que presuntamente iban a figurar en el caso.

Así que al esperpéntico Trump ya le está costando convencer con pura palabrería incluso a sus más fieles.

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Y he allí la terrible diferencia con el caso de México, pues pese a las reiteradas muestras de la complicidad entre la élite política y el crimen organizado; de la existencia de facto de un narco-Estado; de la participación de figuras prominentes del gobierno en las peores actividades de los cárteles; del evidente rastro de dinero ilícito en las campañas electorales que dieron lugar al presente régimen, los incondicionales de Morena y del obradorato no son capaces de la menor introspección, autocrítica o cuestionamiento.

El puro escándalo de los huachi-buques del clan de los hermanos Farías (sobrinos del secretario de Marina durante el sexenio de AMLO) es tan grave que se está silenciando con los fortuitos “desvivimientos” de los involucrados (ese era nuestro tema de hoy realmente, pero es necesario esperar a que la trama avance un poco más).

Y, sin embargo, rara vez o nunca vemos a un entusiasta de la Transformación o chairo levantar un atisbo de duda sobre la probidad del movimiento, de quienes lo conforman ni –desde luego– de su fundador, líder moral vitalicio y exmandatario que, según su propio decir, debió estar enterado siempre de todo de manera inexcusable, aunque pese a ello nunca hizo nada al respecto.

Yo creo que no tardan en decirnos que AMLO fue un agente secreto de la Fiscalía.

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