La presidenta Claudia Sheinbaum pospuso casi un año imprimir su estilo personal en la designación de nuevos embajadores en plazas clave. El pasado día 19 decidió romper ese impasse al enviar a Italia a Genaro Lozano, un reconocido integrante y activista del movimiento en favor de la diversidad sexual.
Se trata de un gesto diplomático considerado, en forma inevitable, un agravio para el gobierno de la premier de aquel país, la ultraconservadora Giorgia Meloni, principal aliada de Donald Trump en una Europa que parece escorarse hacia posiciones cada vez más regresivas en materia de derechos humanos.
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El nombramiento de Lozano Valencia –con sólida formación académica, pero sin experiencia en el servicio exterior– es interpretado bajo dos claves: una mirada ideológica desde Palacio sobre la política internacional, y una redoblada apuesta de Sheinbaum Pardo en su propia intuición y disciplina que la acreditan, hasta ahora, como quien ha logrado contener los arrebatos de Washington.
Este episodio, tenido como un ejercicio de diplomacia dura, atraerá nuevas lecturas según cómo sean desahogados asuntos de mayor delicadeza en la relación bilateral con Estados Unidos y en la región latinoamericana.
Poco sabemos aún de cómo logró la cancillería mexicana, que conduce Juan Ramón de la Fuente, obtener el indispensable beneplácito de Roma para el envío de Lozano. Es probable que haya sido alimentado aquí el pronóstico de que la premier Meloni ha venido encarando resultados adversos en elecciones regionales en su país, lo que podría (o no) agravarse en comicios de este próximo otoño, y con ello alejarla (o no) de una posible reelección en 2027.
Meloni, de 47 años, conquistó el gobierno italiano en 2022. Es una figura perturbadora que desde su juventud militó en agrupaciones de inspiración neofascista, incluido el partido que ayudó a fundar en 2012 y preside a partir de 2014: Hermanos de Italia (Fdl).
Durante la cumbre de líderes europeos, reunidos en la Casa Blanca en torno a Donald Trump, fue descrita por el poderoso mandatario anfitrión como “amiga que todos quieren y respetan…”, y ella correspondió con elogios y la proclama, en inglés impecable, de que “estamos del mismo lado: contra la ideología ‘woke’, la diversidad y la inclusión sexual”.
Al día siguiente, literalmente, se anunció el cargo para Lozano, quien sustituirá a un diplomático de carrera, de reconocido prestigio y próximo a su retiro, Carlos García de Alba, con rango de embajador por casi 20 años y miembro del selecto Servicio Exterior Mexicano. De éste surgieron críticas al proceso exprés consumado en la Comisión Permanente del Congreso.
A querer o no, el “asunto Lozano” será parte del telón de fondo en las negociaciones de Palacio con el gobierno Trump para el anunciado “Acuerdo de seguridad”, cuyos alcances, reglas y certidumbres se desconocen aún. Se prevé que este acuerdo atienda el esquema de garantías que Washington exige para entrar a la revisión de un T-MEC que ya ha sufrido desmedros bajo el impulso de los aranceles como moneda de cambio.
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El otro reto grave para nuestra diplomacia, con implicaciones impredecibles por ahora, es el despliegue de fuerza militar que Estados Unidos está montando en la cercanía de las costas de Venezuela, que solo puede compararse con el realizado en diciembre de 1989, bajo la administración de George Bush padre, para una invasión relámpago a Panamá y el arresto del dictador Manuel Noriega, acusado en la Unión Americana de tráfico de drogas. Fue sentenciado allá en 1992 y murió en 2017.
Una acusación muy similar ha sido enderezada ahora contra el dictador venezolano Nicolás Maduro, cuyo destino es impredecible, pero la comunidad internacional ha comenzado a hablar de una “transición” que ponga fin al régimen chavista que acumula 25 años. Sea cual sea el derrotero de los acontecimientos, es previsible que México deba mediar entre las partes.