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martes, septiembre 9, 2025
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Claudia Sheinbaum: ‘rendir cuentas’ sigue siendo un rito

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo cumplió ayer, por primera ocasión, con la obligación que la Constitución y las leyes imponen a quien ostenta la titularidad del Poder Ejecutivo en los tres órdenes de gobierno: rendir un informe para dar cuenta del estado que guarda la administración pública y que éste pueda ser analizado por el Poder Legislativo.

Se trata, en términos estrictos, de un acto en el cual el mandatario rinde cuentas frente al mandante, es decir, la comunidad que le otorgó el mandato en las urnas para que tome decisiones en nombre de la colectividad, pero a partir de un proyecto político.

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Largamente, como sabemos, el acto de informar ha sido distorsionado en México. El régimen priista, instaurado hace casi un siglo por Plutarco Elías Calles, convirtió a dicha obligación en un acto apoteósico, cuyo propósito era rendir culto a la personalidad del gobernante en turno y celebrar sus actos como si se tratara del favor de un individuo providencial.

El ritual desarrollado para tal efecto tuvo un momento de quiebre en 2006, cuando la oposición –hoy en el poder– impidió al entonces presidente Vicente Fox llegar al recinto legislativo de San Lázaro para la entrega de su último informe de gobierno. El que se conoció, hasta entonces, como “el Día del Presidente”, había dejado de serlo.

El hecho provocó la reforma a la Constitución y una serie de modificaciones legales que, por un lado, ya no obligan al titular del Ejecutivo a acudir al Congreso de la Unión para entregar su informe y pronunciar un mensaje y, por el otro, impiden el uso del nombre y la imagen de los mandatarios en la publicidad oficial.

Tales decisiones han eliminado gran parte de la parafernalia que el antiguo régimen ideó para convertir a los gobernantes en el centro de gravedad de la vida pública, aunque no han impedido que el culto a la personalidad siga siendo un elemento relevante del escenario político nacional.

Lo anterior no cambió con el arribo de la izquierda al poder. Incluso ocurrió lo contrario durante el sexenio pasado, cuando Andrés Manuel López Obrador convirtió al acto de “informar al pueblo” en pretexto constante para convocar multitudes de todo el país en torno suyo.

Y aunque el de ayer fue un acto ciertamente más sobrio, la impronta de los usos y costumbres históricos de la clase política mexicana siguió presente en la ceremonia en la cual la primera mujer en ostentar el cargo de Presidenta de la República cumplió con el deber de rendir cuentas.

Quien ocupa la Silla del Águila ya no recorre en un carro descapotable las calles del Centro Histórico de la capital mientras una lluvia de confeti le cae encima. Tampoco se llenó el Zócalo para que la multitud aclamara a la nueva líder del país. Pero en el acto prevaleció su rasgo más distintivo: hablar sólo de aquello que muestra al Gobierno como una administración exitosa y evitar cualquier asomo de autocrítica o alguna reflexión sobre los muchos rezagos que seguimos padeciendo.

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