Tres tipos hicieron súbita amistad en el Bar Ahúnda. Las copiosas copas los llevaron al terreno de las confidencias. Manifestó el primero: “Tengo una esposa que me ama después de 10 años de casados”. Declaró el segundo: “Yo tengo una esposa que me ama después de 20 años de casados”. Dijo el tercero, más joven que los otros: “Yo tengo una esposa que me ama desde hace un año. Y ni siquiera estoy casado”… Comentó un sujeto: “Mi mamá enterró tres maridos. Dos de ellos estaban solamente durmiendo la siesta”… Otro contó: “Mi esposa huyó con mi mejor amigo. Lo voy a extrañar mucho”… El oficial de policía vio a dos individuos que reñían a puñetazos en la calle. Un niño pequeño veía la pelea y clamaba: “¡Papá! ¡Papá!”. Le preguntó el policía: “¿Cuál de los dos es tu papá?”. Respondió el chiquillo: “No está claro. Por eso es la pelea”… El soldado regresó de la guerra después de dos años de ausencia. Su esposa lo recibió amorosamente, tanto que de inmediato se fueron a la cama. Después del consabido acto los invadió a ambos el grato sopor que suele seguir al amor bien cumplido. En eso se oyeron golpes en la puerta. “¡Santo cielo! –exclamó el soldado sin salir todavía del sueño–. ¡Tu marido!”. “No puede ser –dijo la mujer, igualmente adormilada–. Está en la guerra”… La noche era fresquita; el cielo claro sin concurrencia de nubes. En la plaza principal de mi ciudad, la Plaza de Armas, reinaba la oscuridad, pese a que el lugar es republicano y aunque una descarada luna mostraba la cara. Yo ansiaba verlo todo, pero en la sombra no podía ver nada. Escuchaba, sí, el rumor confuso que brota de una multitud en espera de algo. Y de pronto el milagro se hizo. Un torrente de luz iluminó la hermosa catedral de Saltillo, y el rumor de la gente se convirtió en un aplauso emocionado. Bella es esa catedral. Su arquitectura, que se diría anárquica –de monja franciscana, europea transmigrada y virreina colonial–, guarda, sin embargo, una recóndita armonía. El airoso campanario hace que quien lo mira eleve sin darse cuenta la mirada al cielo. Es el templo más alto del norte de la república, y el segundo del país después de la Catedral Metropolitana de la capital. Tan vasto es que en sus naves podrían navegar tres o cuatro catedrales con todo y sus respectivos obispos. Pues bien. Sucede que Iberdrola, compañía española, incluyó a ese grandioso templo en un programa internacional cuyo propósito es dotar de iluminación a lugares emblemáticos de los países donde está la prestigiada empresa. No poca cosa es tal programa; ha iluminado sitios como las pirámides de Guiza y el Valle de los Reyes en Egipto; el Escorial y el santuario de Compostela en España. Si vieras ahora la catedral de mi ciudad, Saltillo, te enamorarías de ella y querrías vivir ya no bajo su sombra, sino bajo su luz. Diría yo que la admirarán propios y extraños de no ser porque en Saltillo no hay extraños: si estás en Saltillo, por ese solo hecho ya eres saltillense. La iluminación de la catedral fue acompañada con palabras de dignatarios civiles y religiosos encabezados por Manolo Jiménez Salinas, gobernador del Estado, a quien agradezco los generosos conceptos que tuvo para mi labor; monseñor Hilario González, obispo de la diócesis, y Javier Díaz, alcalde de la ciudad. Hubo una brillante participación femenina. Entregó la obra Katya Somohano, representante de Iberdrola en México, y la agradeció María Bárbara Cepeda Boehringer, talentosa funcionaria estatal. Nuestra catedral es bella de día. Ahora será también bella de noche. Me uno al agradecimiento a Iberdrola: iluminó lo que siempre nos ha iluminado… FIN.
Catedral de Saltillo, bella de día y ahora bella de noche
