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lunes, septiembre 8, 2025
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Caso VANGUARDIA: El corazón de Tony Stark

Hablemos del UCM Para los que tienen más de 60: el Universo Cinematográfico de Marvel.

Ya sabe, Marvel, esa compañía de historietas responsable de “El Hombre Araña”, “Los 4 Fantásticos”, “Los Vengadores”, entre muchos otros títulos, que allá por los años sesenta valía apenas poco más que el papel en que estaban impresos sus monitos.

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Bueno, quizás no tan poquito así, pero sí fue hasta que el cine desarrolló la tecnología necesaria para llevar estas aventuras a la pantalla grande sin que todo se viera ridículo, que el valor de esta franquicia y su homóloga (DC Cómics) explotó y se fue hasta los cielos. Tanto que la terminó adquiriendo Disney y a partir de entonces todo valió sombrilla, como los pantalones de Hulk.

¿Por qué le llaman “universo”? Bueno, pues porque todos los títulos de la filmografía que inicia con “Iron Man” (El Hombre de Hierro, 2008, dir. Jon Favreau) y concluye once años después con “Avengers: Endgame” (2019. Hermanos Russo) están interconectados, es decir, ocurren en una misma realidad narrativa. En otras palabras, es como si fuera todo una gran película monumental de 50 horas dividida en 23 partes.

¿Soy fan? Hmmmm…. No mucho. Hay quizás tres películas trascendentes, cuatro interesantes, la mitad son divertidas y el resto es basura genérica (aquí es donde los fans de Marvel me crucifican, pero está bien porque eso me pondría a la derecha de Scorsese).

Hoy quiero destacar: “Iron Man 3” (Shane Black, 2013). En la tercera entrega en solitario del “Hombre de Hierro”, el magnate, playboy, empresario, alcohólico y genio de la ingeniería, Tony Stark, tiene que enfrentar a sus enemigos sin el que –en apariencia– es su más importante recurso: Su traje-armadura asistida con inteligencia artificial, sin la cual es sólo un hombre común (bueno, tan común como podría serlo Robert Downey Jr., verdad).

Luego de un ataque terrorista que destruye su mansión y centro de operaciones y desarrollos tecnológicos, Stark cae maltrecho, solo y desarmado en un remoto paraje borrascoso. El héroe tiene que caminar varios kilómetros entre la nieve, arrastrando su pesada armadura que de momento está inservible. Y éste es un gran momento en su arco narrativo, pues ilustra cuán dependientes y aferrados nos volvemos hacia nuestros recursos financieros, tecnológicos, materiales, olvidando muchas veces que lo que nos distingue es el valor de nuestras ideas o la nobleza de nuestras intenciones.

Y ahí vamos, cargando un montón de cacharros que a veces no son más que lastre, cuando lo que la situación nos exige son pies ligeros y una carga mínima.

Luego, cuando Stark tiene que reconstruir su superarmadura, lo hace con la ayuda de un niño aficionado a la tecnología y sin más recursos que los de su entorno doméstico. Dicho niño representaría al niño interior de Iron Man, su parte más pura y desapegada de la tecnología, pero la que confía en el ingenio y la inteligencia necesarios para desarrollarla: la capacidad de hacer lo más con lo menos.

Hacia el tercer acto, Stark-Iron Man debe enfrentar al enemigo con herramientas improvisadas y recursos muy limitados, remarcando que es mejor depender siempre de nuestro ingenio y determinación.

Y desde luego, al final, el héroe vence, recuperándose de su crisis de inseguridad: al perder el miedo de verse desprovisto de sus utilísimos gadgets, Stark ha recobrado el valor y la confianza en su persona, en quien es él verdaderamente.

A esta casa editora le acaban de hacer un boquete legal/financiero del tamaño del que los terroristas del infame villano, El Mandarín, le asestaron al buen Tony –Iron Man– Stark. Y no pienso discutirlo porque es un tema entre dos particulares que la justicia ya zanjó, para bien o para mal, y poco puedo yo sumar. Pronunciarme en favor de mi casa periodística, es más que obvio; criticar la calidad de una autoridad juzgadora, sería sólo ruido por ahora.

Pero hay un trasfondo y es la presunta intervención de un villano cuya mano habría acelerado e influido en el resultado del litigio. Eso ya se verá: si hay un roedor detrás de este asunto, invariablemente dejará ver sus bigotes, su cola o su rastro de caca. Así pasa siempre con esas alimañas.

VANGUARDIA está en riesgo de perder algunos de sus más caros activos, pero por fortuna el más importante es un bien intangible, inestimable. No se puede embargar, nadie se lo puede apropiar, no es transferible, ni enajenable.

Se lo juro, no estoy tratando de adornar la realidad con poesía: por fortuna, hoy un periódico no es lo que era hace un siglo o hace 40 años. Hoy para ser un medio de influencia se necesita información, algo de valor y una computadora.

La información es pública, un ordenador lo tiene cualquiera.

Pero cuando trabajas desde las sombras, desde el anonimato, a través de operadores y prestanombres, cuando no puedes salir a las calles de la ciudad en que naciste porque antes de llegar a la esquina te van a llover reclamos, abucheos y cuestionamientos hasta el último puto día de tu vida… Entendemos entonces que el valor es algo que los malandrines no tienen, no pueden comprar ni expropiar; por lo que jamás tendrán el gusto de conocerlo.

En serio, no le estoy tratando de dorar la píldora a usted ni a mí mismo. Estoy optimista respecto al futuro: VANGUARDIA no es el edificio desde el cual hoy opera (ese es sólo un símbolo del que sería triste despedirse, pero hasta ahí). VANGUARDIA es, entre otras cosas, la suma de todas las personas que ahí colaboramos y de todos los que han pasado por su redacción a lo largo de 50 años. Por lo que para seguir VANGUARDIA requiere apenas de una conexión a internet, pero ser un miembro útil para la comunidad y para México, es algo que en algunos no se dará ni regresando al útero materno.

No faltan tampoco los malaleches que festejan cualquier revés que esta empresa pueda sufrir, pero saben que hoy por hoy es el medio líder y de mayor arraigo en la comunidad y al que recurren, sí o sí, cuando se necesita tener cierta certeza de nuestra realidad.

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Y no es perfecto, ni tendría por qué serlo. Si saben de algún medio libre de pecados, fallas u omisiones, por favor hágamelo saber. Lo necesito en mi vida.

Pero eso es lo bello de un periódico, de una redacción, de una casa editorial, que nuestro prestigio se pone a juicio y criterio de todos en cada nota, en cada texto, en cada publicación, en cada ejemplar.

Sus enemigos, en cambio, son de esos archivillanos que no pueden mostrar su horrenda carota al mundo y mucho menos dejar en claro sus perversas intenciones.

Y ya puede El Mandarín destruir el traje de Iron Man y apropiarse de los planos para replicarlo para sí mismo, o hacer un ejército de estos.

Porque no es el traje lo que hace al héroe, sino, como ya todos bien sabemos, el corazón de Tony Stark.

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